sábado, abril 27, 2024
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Hace casi seis meses que la exfiscal del Ministerio Público y miembro de la Comisión Permanente de Derechos Humanos de Nicaragua intenta reencontrarse con sus dos hijos en Estados Unidos, país al que fue expulsada en febrero junto a otros 221 opositores al presidente Daniel Ortega.

Del mismo modo que alguna vez lo hizo desde la cárcel, cuando tuvo que esperar 11 meses para recibir la primera visita de su hija de 18 años y más de un año para reencontrar con el menor de 11 años, ahora aguarda que Nicaragua le permita a sus hijos salir del país y que Estados Unidos facilite la reunificación.

El caso de Oviedo, de 40 años, no es una excepción sino una regla que se repite entre las decenas de políticos, activistas e intelectuales expulsados del país, muchos de los cuales llegaron a Washington sin dinero, trabajo ni redes familiares.

La cadena de obstáculos que deben enfrentar para reencontrarse con sus familiares se convierte en una doble condena que se suma a la que componen el destierro, la dificultad de reinsertarse en un país que no es el propio y la pérdida de nacionalidad de los opositores.

La primera vez que me detuvieron por defender a los presos políticos, en julio de 2019, mis hijos se enteraron por las redes sociales.

Estaban en la escuela cuando me vieron en un video que se viralizó, donde se ve a dos oficiales de policía golpearme. Me tomaron por el cuello y me arrastraron.

Mis hijos sabían a qué me dedicaba, la pasión que tengo por mi carrera, pero a su vez estaban conscientes del riesgo que corría. Los preparé para eso. Les decía que no se preocuparan, que pasara lo que pasara estaría bien, porque soy una mujer fuerte.

Intentaba que estuvieran preparados mentalmente para ese escenario.

Estuve tres días en la nueva cárcel de El Chipote. Ellos sufrieron muchísimo por lo brusco que resultó todo. Pero aquello los ayudó para prepararse para lo que vendría después.

La segunda vez, el 29 de julio de 2021, llegaba del hospital después de practicarme una cirugía. Me acosté sobre la cama para reposar, cuando a los cinco minutos tenía a unos 25 oficiales de policía en la puerta de la casa.

Me llevaron en el momento. Mis hijos vieron todo. Esa vez, en persona.

Ellos estaban preocupados porque no sabían si me iban a dar los cuidados necesarios. Fue horrible. No sabían qué había pasado conmigo, con mi recuperación, con mi herida. No supieron nada de mí por varias semanas.

Si hubiéramos tenido las visitas semanales que corresponden, ellos lo hubieran podido sobrellevar mejor. No sufrir tanto. El daño que le han hecho a mi familia es muy grande.

Desde muy chicos, mis hijos se familiarizaron con la represión. De alguna manera todos los nicaragüenses la naturalizamos. Suena horrible, pero esa es la realidad que hoy vivimos los nicaragüenses.

Vivíamos con la zozobra de que podrían vigilarnos, andar detrás nuestro, había que revisar bien los vehículos, había que estar pendiente de qué coches se parqueaban frente a la casa. Era un estrés permanente.

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